Cripta del Monasterio de Leyre
Consagrada el el año del Señor de 1057, Navarra
Comienza a amanecer y una densa niebla cerca del monasterio. Fray Francisco sale del refertorio y, tras buena cuenta de un buen tazón de porcelana preñado de leche cliente con tropezones de pan candeal, como cada jornada, se dispone a comenzar su tareas.
Tras dejar el largo y oscuro pasillo que da al rechinante portalón de la iglesia, ahora atraviesa el claustro románico de Leyre . Una agradable sensación de tibieza invade su paladar.
Hace ya mas de veinticinco años que Fray Francisco dejó atrás, tras un tiempo sin noticias ni esperanza, su pequeña aldea en el Valle de las Amescuas para encerrarse poco a poco y en vida, en un cajón inmenso de piedra arenisca donde los días transcurren sin dejar huella.
De repente un fresco olor a manzanas que se cuela desde el cillero, le hace volver a aquella tarde de Abril en ue aprendió a deletrear el nombre de una mujer y entre las penumbra de aquellos manzanos, recorrió sin prisas las formas desconocidas y breves de una fruta prohibida.
La hora nona llaman a los ventanos del monasterio. Las lápidas marmóreas de la sal capitular y los días que vendrán serán testigos que la mirada y la espalda de Fray Francisco, lenta e inexorablemente, se irán inclinando hacia la tierra sin dejar huella en el horizonte.