El rey te toca, Dios te cura
Un 17 de octubre, de 1610, Luis XIII era coronado rey de Francia a la edad de 9 años. Su padre, Enrique IV, había sido asesinado en mayo de ese año. El delfín fue testigo de la confusión que reinó en el Palacio del Louvre tras el asesinato y de la desolación de su madre, María de Médicis, quien exclamaba llorando: «¡El rey ha muerto, el rey ha muerto, lo han matado!» La respuesta del caballero Brúlart de Sillery no se hizo esperar. Señaló a Luis y dijo: «Los reyes de Francia no mueren. Aquí está el rey vivo, Madame».
El mismo día de su coronación, Luis XIII viajó a la ciudad de Riems para llevar a cabo una costumbre que rememoraba la peregrinación de San Maclou, curador de las escrófulas o lamparones, enfermedad hoy conocida como adenitis tuberculosa.
En Francia, esta enfermedad recibía el nombre de «Mal du Roi», y en Inglaterra se le llamaba «Kings Evil», denominaciones que tienen su origen en la capacidad atribuida a ciertos monarcas para curar esa dolencia.
Se dice que el 29 de octubre de 1722, día siguiente a su coronación, San Luis, rey de Francia, tocó (y sanó milagrosamente) a más de 2.000 enfermos que le fueron presentados en el parque de Saint-Remy en Reims. En una sociedad tan supersticiosa como religiosa, no es de extrañar que la gran mayoría de los franceses profesaran una gran devoción hacia los reyes al creer que el simple contacto de sus manos pudiera curar sus males.
Desde entonces, el santo-rey y sus sucesores acostumbraron a tocar enfermos después de la misa todos los días, pronunciando una oración y la frase «El Rey te toca, Dios te cura». Esta tradición perduraría hasta el siglo XVIII, con la coronación de Carlos X.
En el caso del rey-niño Luis XIII, la escena resultó conmovedora. El niño tenía edad para jugar con sus amigos, pero su padre había sido asesinado y debía cumplir con sus funciones de rey: «El espectáculo y el hedor de aquellos andrajosos era atroz«, escribe Georges Bordonove. «Cuatro veces el pequeño Luis XIII tuvo que sentarse, pero se sobrepuso a su breve desfallecimiento y siguió hasta llegar al último. Pálido, cubierto de sudor frío, se mantenía en pie por un esfuerzo de voluntad. Quería realizar aquel rito caritativo«.
Entre los grandes “tocadores” de Francia se encontraron rey Enrique IV. Un médico suizo que visitó París por entonces, Félix Platter, pudo observar personalmente el espectáculo y dejó la siguiente descripción de lo que había visto:
“El Rey asistió a misa en Notre Dame, acompañado por el Duque de Saboya y vitoreado por el pueblo, que a su paso gritaba, ‘Vive le Roi’. Al terminar la misa el Rey regresó al palacio de Louvre donde lo esperaban más de cien enfermos. Tan pronto como el Rey entró en la sala los enfermos se arrodillaron formando un círculo. El Rey fue de uno a otro, tocándoles con el pulgar y el índice la barba y la nariz, y después ambas mejillas con los mismos dedos de modo [que hacía] el signo de la cruz, y diciendo con el primer signo ‘El Rey te toca’, y con el segundo ‘Dios te cura’. El Rey hacía después la señal de la cruz frente a la cara de cada paciente y su tesorero, que le acompañaba, le daba a cada paciente cinco centavos […] todos los enfermos tenían grandes esperanzas de ser curados por el ‘toque real’… [Y, al menos, se llevaban la limosna]. Se decía que cuando el ‘toque del rey’ no curaba era porque el rey no era legítimo, ya que Dios solo les concedía a los verdaderos soberanos el don de curar a todos.”