LEYENDA DEL “CUELEBRE DE ABAMIA”. CANGAS DE ONIS.

La iglesia de Abamia se menciona en el Libro de los Testamentos en una donación de comienzos del siglo X.

La iglesia de Santa Eulalia de Abamia se encuentra en la localidad de Corao, a unos 7 km de la ciudad de Cangas de Onís, municipio al que pertenece. Su construcción se atribuye al Rey Pelayo, en el siglo VIII, y allí descansaron sus restos junto a los de su mujer Gaudiosa hasta que Alfonso X los mandó trasladar a la cueva de Covadonga.

La iglesia es de estilo románico y en el interior hay un retablo de época de Carlos III con pinturas barrocas que conmemoran las gestas de don Pelayo. La iglesia de Santa Eulalia de Abamia es la iglesia asturiana más antigua de las que se conservan en la actualidad. Es de una nave construida con mampostería y una bonita portada adornada con curiosos relieves de gran importancia con representaciones del infierno con figuras de demonios sosteniendo una caldera sobre el fuego de la cual sale una cabeza.

Tumba de Don Pelayo en la cueva de Covadonga.

Un castañedo más que centenario precede el puente sobre el Güeña y la pista que sube hasta la antigua y solitaria iglesia.
Nos encontramos en un inmemorial lugar sagrado centro de cultos precristianos. Cerca del frondoso y milenario ‘texu’ se localizó un dolmen cuya cobertera graba un antropomorfo.
En conmemoración de una victoria sobre Munuza ‘in loco Olaliense’ Pelayo hizo de Santa Eulalia su basílica. Poseedora de los títulos de primera iglesia monástica de la monarquía asturiana y de primer panteón real.

La Portada del Infierno esculpe escenas del Juicio Final, de la Resurrección y de la condenación: un dragón, muertos saliendo de los féretros, pecadores dentro de calderas puestas al fuego, cabeza pendiendo de una soga, un alma arrastrada hacia el infierno por los cabellos.
El pueblo vio en esta última representación al obispo visigodo don Oppas, rival de don Rodrigo y aliado de los musulmanes.

Pelayo y Gaudiosa reposaron aquí hasta que Alfonso X el Sabio, mediado el siglo XIII, ordenó trasladar los restos regios a la gruta de Covadonga. Quedan dos amplios arcosolios. En uno, el mudo sarcófago talla una significativa espada; el otro inscribe «Hic Iacet Gaudiosa uxor (esposa) Pelagii».
Hay cerca de los pies de la nave otro sepulcro más reciente y entrañable, el de Roberto Frasinelli, (el alemán de Corao),trasladado en 1977 desde el contiguo cementerio contiguo de la eternidad y el olvido.

Mitología asturiana

«El cuélebre, tal y como ha llegado hasta nuestros días, es, por lo general, una serpiente alada, que vive en los bosques, en las simas, en las cuevas y en las fuentes y demás zonas húmedas, como los recodos de los ríos y los arroyos. Su aliento es fétido y venenoso, y su espeluznante silbido se percibe a gran distancia. Tiene como misión, casi siempre, custodiar fabulosos tesoros ―que no tienen por qué ser únicamente de tipo material― o personas sometidas a encantamiento ―la mayoría de las veces, princesas de belleza arrebatadora―. Por este motivo, no dudan en atemorizar, atacar y devorar a aquellos individuos o animales que se acercan a sus dominios, con frecuencia atraídos por los lastimeros cánticos de sus prisioneras o por la codicia que suscita su tesoro. Los cuélebres son, por tanto, terriblemente dañinos para las personas que habitan en el entorno de sus madrigueras, que, conociendo su carácter, suelen alimentarlos a base de bien para que el animal no los devore o para que no saquee los cementerios, en busca de cadáveres. Para colmo, el cuélebre crece de manera incesante, y, a medida que se va haciendo viejo, las escamas de su piel se vuelven más grandes y más duras, hasta el punto de que rechazan todo tipo de proyectiles; entonces, la única manera de acabar con semejante fauna es herirles en los ojos o en la garganta, que son sus únicas partes vulnerables. Porque el cuélebre no se muere de viejo; aunque, durante la noche de San Juan, pierde sus poderes y queda como aletargado. Entonces es cuando sus hermosas prisioneras ―que en Asturias se denominan Ayalgas o Atalayas― pueden huir, llevándose, si lo desean, sus fabulosos tesoros. Debido a su crecimiento continuo, llega un momento en que las dimensiones del cuélebre son tan considerables que su guarida no puede contenerlo. Cuando esto ocurre, no le queda más remedio que partir hacia la Mar Cuajada con su tesoro, de ahí que el fondo de este mar almacene infinidad de riquezas: montañas y montañas ―submarinas― de tesoros, que, sin embargo, resultan inalcanzables para los humanos, debido al número ingente de estas criaturas que nadan alrededor de ellos. A veces, la envergadura del cuélebre es tan grande que incluso le cuesta volar, de ahí que a más de uno las alas se le hayan quedado enganchadas entre los árboles, provocándole la muerte por inanición, en medio de agónicos y espantosos bramidos.
En Asturias son famosos, entre otros, los cuélebres de Brañaseca (Cudillero), Perllunes (Somiedo), Bisecas (Cangas del Narcea) y Salinas (Castrillón), así como el cuélebre del convento de Santo Domingo, en Oviedo, que moraba en una cueva adyacente e iba devorando uno a uno a los monjes, hasta que un día el fraile encargado de la cocina le dio a comer un pan relleno de alfileres y que le supuso la muerte».


Patxi Amescua

Productor de TV

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