Los Gallofos o falsos peregrinos a Santiago
En la Edad Media los peregrinos que emprenden el Camino de Santiago desde sus diferentes lugares de origen pertenecían a todos los grupos sociales: desde monarcas, nobleza, y altas jerarquías de la iglesia como abades y obispos, que peregrinaban sobre fuertes caballos y acompañados de crecidos séquitos; hasta campesinos, canónigos, frailes, artesanos, mendigos y penados, que lo hacía en ámbitos más modestos; pero un caso u otro, gentes de todo tipo y condición más allá de su edad, su sexo o condición social.
Así lo recoge el texto latino anónimo del siglo XIII, la Preciosa, que glosa las alabanzas del hospital de Roncesvalles, y las variedad de gentes que recibe: La puerta está abierta a todos, enfermos y sanos, y no sólo a católicos sino también a paganos, judíos, herejes, ociosos y vanos y más brevemente a buenos profanos… En esta casa se lava los pies a los pobres, se les afeita la barba y se les lava y corta el pelo… También se les ponen suelas a sus zapatos… Mujeres perfectamente honestas, a las que no se le puede reprochar suciedad ni fealdad, se encargan de velar por los enfermos, a los que cuidan con una piedad sin igual… Hay una sala llena de frutas, almendras, granadas, y toda serie de productos de las diversas partes del mundo… Los enfermos reposan en lechos mullidos y bien preparados… Encuentran, además, salas con agua corriente donde se preparan de inmediato baños para aquellos que quieran purificarse de las impurezas corporales. Los compañeros de los enfermos, deseosos de quedar hasta su curación, son tratados con consideración y provistos de todo lo necesario… Finalmente, cuando a alguien le llega la hora de su muerte, es enterrado como lo prescriben las leyes y las Escrituras…
La peregrinación a Santiago surge en Europa como una iniciativa idealizada que permite ponerse a bien con las cosas del cielo, por lo que se idealiza su ámbito y surge todo un contexto de asistencia al peregrino en las durezas del camino como toda una declaración de buenas intenciones y propósitos, en modo que no pocas veces el peregrino recibe asistencia y alimentos como ya se recoge en el Códice Calixtino (S. XII).
Lamentablemente, desde el comienzo de las peregrinaciones, esto es un reclamo para otras esferas sociales, a cuyo eco se dan las circunstancias más favorables para el desarrollo de la picaresca en la medida en que la condición de peregrino permite el acceso a ciertas ventajas y asistencias que comienzan pronto a ser codiciadas.
En efecto, pronto se verá que no todo resulta ser trigo limpio entre la multitud de gentes que recorrían el Camino de Santiago, porque en el seno de las peregrinaciones surgen, en respuesta a las necesidades, los auxilios benéficos que se dan a todos los que acuden con el hábito de romero, y por tanto algunos recurrirán al arte de disfrazarse de peregrino y hacerse pasar por tal como forma de obtener comida y ayudas con no demasiado esfuerzo. Surge así la peregrinación como oficio, en que se adopta el hábito de peregrino y su actitud piadosa y penitente como modo de obtener las prestaciones que reciben los verdaderos peregrinos.
Es así como surgen los falsos peregrinos, para los que se acuña un término específico, el de “Gallofos” cuya definición es incluso precisada en los tratados de lengua de la época, como en el de Sebastián de Covarrubias Orozco, que en su “Tesoro de la lengua castellana” (1611), define así el término gallofo: “El pobretón que, sin tener enfermedad, se anda holgazán y ocioso, acudiendo a las horas de comer a las porterías de los conventos, adonde ordinariamente se hace caridad y en especial a los peregrinos. Y porque por la mayor parte son franceses, que pasan a Santiago de Galicia.” En efecto, un tipo común de peregrinos gallofos eran los estafadores venidos del extranjero, comúnmente de tierras vecinas, que vienen no con santo fin, sino como forma de encontrar fácil sustento, como modo de no gastar en tiempos distintos a los de labranza, simulando emprender una peregrinación y esmerándose en ella ante otros peregrinos verdaderos, hasta el tiempo de la cosecha, en que vuelven a sus casas con los beneficios obtenidos en sus andanzas.
Fruto de esta picaresca de aparentar lo que no se es para obtener lo que no se tiene ni se merece, pero se busca lograr a costa del engaño, surgen los llamados falsos peregrinos o peregrinos gallofos, cuya existencia está bien documentada ya en el siglo XII, que acuden a los lugares de beneficencia y a las ciudades del camino donde era tradición la asistencia al peregrino, donde obtienen fraudulentamente las asistencias y el alimento a otros destinados, e incluso se apropian de las limosnas que deberían obtener los viandantes más menesterosos.
De estos falsos peregrinos, serían los más numerosos los vagabundos y mendigos, que se echaban al Camino con el único propósito de conseguir limosnas de manera más fácil que de cualquier otro modo. Eran los más frecuentes y menos nocivos, pues, movidos por la necesidad, buscaban el sustento diario que no lograban obtener de otro modo. Así en la “Vida y hechos de Estebanillo González” (1646) nos dice el protagonista: Traté de ponerme en figura de romero para ir a Santiago de Galicia… por ver la patria de mis padres y, principalmente, por comer a todas horas y por no ayunar a todos tiempos…
Pero también los había más nocivos y peligrosos, que convertían la peregrinación no en un modo de subsistencia, sino de delincuencia, en modo que vestidos de peregrinos, recorrían el Camino con la intención de estafar a los verdaderos peregrinos con todo tipo de timos y artimañas e incluso los que robaban con violencia y hasta dándoles muerte. El propio Códice Calixtino ejemplifica algunos casos con intención moralizante: “Vi yo en el camino de Santiago a un ahorcado, que antes de que lo colgasen acostumbraba a animar a los peregrinos a la marcha, antes de la aurora, a la salida de cualquier pueblo. Gritaba, según la costumbre peregrinal, con voz muy alta: Deus, adiuua, Sancte Iacobe. Y cuando algún peregrino salía para marchar con él, iba a su lado un rato, hasta encontrarse con sus compañeros, con los cuales les mataba y robaba“.
La proliferación de estos verdaderos riesgos para el peregrino hace que los monarcas editen medidas de protección al viajero, encaminadas a prevenir los abusos y engaños de las que eran víctimas los peregrinos extranjeros aprovechando su indefensión o el desconocimiento de las normas y costumbres del lugar. También ocurre al contrario, pues será tal la cantidad de falsos peregrinos extranjeros deambulando por los caminos en su propio provecho, que los reyes optarán por reglamentar la peregrinación, ordenando que los peregrinos se acrediten, pues en algunos casos hubo quienes hasta abandonan a sus mujeres y sus hijos para echarse a los caminos e incluso que se casan en el extranjero, teniendo en su tierra mujer legítima. Para los que infrinjan estas normas se preveían penas que podían llegar hasta la de galeras a perpetuidad.
La proliferación de los “peregrinos gallofos” llegó a ser tan problemática en la Edad Moderna y su picaresca, que motivó que se dictasen disposiciones legales; así las Cortes de Valladolid, Toledo y Madrid, 1523–1528, promueven “que no se confundan los peregrinos con los vagabundos”; en Berna, 1523, sus ordenanzas equiparaban a los peregrinos jacobitas con buhoneros, merodeadores y gitanos y les prohibía alojarse en la ciudad; en Friburgo de Brisgovia, 1565, solo permitían pedir a los peregrinos jacobitas si no habían pedido durante el año anterior; en Compostela, en 1569, se les prohibía estar en la ciudad más de tres días; y Felipe II en 1590 publicó una Real Cédula que prohibía vestir a los que no fuesen verdaderos peregrinos de la vestimenta característica de éstos, o incluso aunque fuesen en romería, y les obliga a llevar licencia de la justicia ordinaria del lugar de donde fuesen vecinos en la que se había de indicar el día en que la habían pedido, así como sus referencias personales y el camino que tenían que seguir. A los romeros extranjeros les autorizaba a peregrinar con la indumentaria de peregrinos o romeros, pero debían traer dimisorias de sus prelados respectivos y presentarse ante la justicia del reino español para obtener el permiso o licencia de peregrino.
En Roncesvalles hacia 1600 se habla así de los gallofos: “… vagamundos, holgazanes, baldíos, inútiles, enemigos del trabajo y del todo viciosos, que ni son para Dios ni para el mundo. Por la mayor parte son castigados y desterrados de sus propias tierras, los cuales para encubrir sus malas vidas échanse a cuestas media sotanilla y una esclavina, un zurrón a un lado, calabaza al otro, bordón en la mano y una socia con título fingido de casados y discurren por toda España, donde hallan la gente mas caritativa y por otras partes de la cristiandad sin jamás acabar sus peregrinaciones, ni volver a sus tierras o por haber sido azotados o desterrados de ellas. Esta clase se puede acrecentar con otros que andan toda la vida con título de cautivos, engañando a las gentes con novelas de lo que padecieron en Argel, en Constantinopla, en Marruecos y en otras tierras de Turcos y Moros, fingiendo mil mentiras.”
Las ordenanzas municipales compostelanas del siglo XVIII llegan a disponer la siguiente orden: Por cuanto, con el pretexto de devoción al Santo Apóstol, vienen muchos forasteros mal dispuestos, más a ser tunantes y vagantes que movidos de auténtica devoción, lo que se demuestra en que suelen avecindar en esta ciudad para usufructuar las copiosas limosnas que reparten los fieles, en perjuicio de los verdaderos pobres, manteniéndose continuamente en traje de peregrino y con poco o ningún arreglo de costumbres; por tanto, se manda por punto general, que los tales peregrinos que entren en la ciudad presenten inmediatamente a las Justicias sus pasaportes, y en el término de tres días el certificado de haber cumplido con las diligencias espirituales, saliendo luego de esta ciudad y de sus arrabales, a sus respectivos países, bajo pena a los contraventores de cárcel para los hombres y hospicio para las mujeres.
Gallofo es hoy un término considerado en desuso, aunque el diccionario de la RAE la sigue recogiendo como adjetivo para decirnos que tal es holgazán y vagabundo que anda pidiendo limosna. Existe también el verbo gallofear, que se define como pedir limosna, viviendo vaga y ociosamente, sin aplicarse a trabajo ni ejercicio alguno. El origen de ambas palabras está en otro sustantivo, gallofa, que era la comida que se daba a los pobres que venían de Francia a Santiago de Compostela, en Galicia, pidiendo limosna.
En cierto modo, aunque el término de Gallofo se considera en desuso, su significado sigue vigente por pasiva y por activa, porque en el actual auge de las peregrinaciones a Santiago de Compostela no faltan los impostores que acuden a obtener su propio beneficio por la vía del robo de los bienes del peregrino aprovechando su vulnerabilidad o buscan favores sexuales a través del acoso al sexo débil en momentos de indefensión y vulnerabilidad. Es la versión actual de los peregrinos gallofos.
Mi agradecimiento a la página TRADICIÓN JACOBEA