Luis Candelas Cajigal
Hola amigos de nuevo, hoy quiero hablaros de un bandolero muy famoso en Madrid. Este personaje era muy peculiar, en su carrera de delinquir nunca hubo delitos de sangre, a pesar de todo fue condenado a garrote vil y ejecutado, no sin antes pedir clemencia a Doña María Cristina de Borbón y serle denegada.
Nació en una carpintería de la calle del Calvario (en el antiguo camino del viacrucis del Olivar) en 1804, tercer hijo de un matrimonio que vivía sin agobios económicos y que dio estudios a Luis en los Reales Estudios de San Isidro, en Lavapiés.
Fue un ladrón atípico, ya que fue capaz de compaginar la delincuencia con un puesto al frente de la sección del Resguardo de tabacos en Madrid. Este puesto como funcionario del Estado lo logró estudiando por su cuenta porque fue expulsado del colegio, cerca de donde vivía. Solo duró dos años en esta escuela, aquí empezó la leyenda, ya que empezó a hacer bandas, provocar peleas y fue expulsado a causa de que un clérigo le dio una bofetada y él respondió dándole dos. A pesar de su separación de la enseñanza, siguió leyendo todo libro que caía en sus manos, teniendo así una formación autodidacta.
Desde entonces, su escuela fue la calle. A los 19 años ya había adquirido la fama del «pedreas» por los cascotes que les tiraba a los chavales de otros barrios. Y así se ganó el primer encontronazo con la justicia una noche de 1823, cuando lo detuvieron deambulando por la plaza de Santa Ana. Dos años más tarde, cuando se produjo su primer ingreso en la prisión de El Salador, en la plaza de Santa Bárbara, ya era conocido como como el «espadista», porque utilizaba una ganzúa para acceder a las casas que asaltaba.
Desde temprana edad le gustaba vestir bien y tener buenos modales, además de ser alborotador y díscolo, como demuestra que ya a los quince años hizo su primer robo y poco después fue detenido y apresado en la Cárcel de Villa, por deambular por la Plaza de Santa Ana a altas horas de la madrugada. Con diecinueve años perdió a su padre, replanteándose un poco su vida y dedicándose a ser librero. Pero duró poco esta situación, ya que fue condenado a seis años de cárcel por robar dos caballos y una mula. En su primera época de delincuente, entre 1823 y 1830, dicen que se dedicó a conquistar mujeres y vivir a costa de ellas, reconociéndose como un Don Juan. Era moreno, bien parecido, dientes blancos, con patilla ancha y flequillo bajo el pañuelo, bien afeitado, calañés, faja roja, capa negra, calzón de pana y calzado de mucho tirar.
Poco después se dedicó al latrocinio y salió triunfante de dos duelos, uno de ellos contra Paco El Sastre, que luego sería su amigo, lo que le hizo respetable en los barrios de Madrid.
Para poder costearse sus gastos formó una cuadrilla en 1835, entre cuyos componentes destacaron Paco El Sastre, Francisco Villena, Mariano Balseiro, Leandro Postigo, Juan Mérida, José Sánchez El del peso, Pablo Maestre, Pablo Luengo El Mañas y los hermanos Cusó (Antonio y Ramón), con los que se reunía en La taberna del Cuclillo, en La Taberna de Jerónimo Morco, que pertenecía al cuñado de Balseiro, en la calle de Mesón de Paredes
«La Taberna de la Paloma» en la calle de Preciados, la de «Traganiños», en la calle de los Leones junto a la calle de Jacometrezo
y en la taberna de El Tío Macaco, en la calle Lavapiés.
Todas ofrecían el mejor servicio a la banda, buen vino, buenas «cantaoras», buen escondite y buena compañía femenina; realizó diversas fechorías, cada vez más arriesgadas y con mayor botín, que por su ingenio y buen humor fueron cantadas por los madrileños con cierto cariño. Tenía doble vida, indiano adinerado y respetado de día (cuyo falso nombre era el de Luis Álvarez de Cobos, hacendista en el Perú) y truhan de noche, cuando salía por la puerta de atrás de su casa, en el número cinco de la calle Tudescos, convertido en el rey de los bajos fondos.
Se dedicaba a robar, con su máxima de que la fortuna estaba mal repartida, pero nunca llegó a matar a nadie en ninguna de sus acciones. Era extremadamente delicado en ellas, no usando la violencia. Siempre vivió bien y nunca gustó de los oficios mecánicos, siendo ésta una de las causas de que se entregara a la delincuencia. Cuando era detenido y apresado, era fácil que se escapara ya que sobornaba a carceleros o, simplemente, lograba fugarse. En una de sus «visitas» a la cárcel, conoció al político Salustiano de Olózaga, al cual ayudó a escaparse, quedando este último muy agradecido a Luis Candelas.
Se dice que luego se reencontraron y Salustiano fue el que inició en la masonería al bandolero, ingresándolo en la «Logia Libertad». A partir de este hecho, muchas noches Luis Candelas lucía una capa negra con símbolos masones.
Hubo tres mujeres que marcaron su vida. Se casó en los carnavales de 1827 en la Parroquia de San Cayetano, con Manuela Sánchez, viuda de veintitrés años que también había pasado por la cárcel.
Ya en la luna de miel, encontrándose en Zamora, vieron que no eran compatibles y Candelas la abandonó en las Navidades de ese mismo año. Luego tuvo como amante a una chica llamada Lola La Naranjera, que al parecer tenía amigos importantes que conseguían sacar de la Cárcel de la Villa a Candelas tan pronto era allí encerrado como La Naranjera, personaje a mitad de camino entre la fábula y la Historia, fue según otras tradiciones, favorita del rey Fernando VII).
La última de sus amantes importantes, la de su perdición, fue Clara, muchacha de clase media y familia honesta, con la que se fue a vivir a Valencia donde siguió robando alguna joya para vivir holgadamente.
En esta época el rey ya había muerto, la Primera Guerra Carlista estaba en auge y los liberales tenían el gobierno.
Cometió el error de hacer dos atracos importantes, asaltando a la modista de la Reina en su taller, y al embajador de Francia y su señora en una diligencia. Con lo que volvió a estar perseguido por la justicia, huyendo con Clara hacia Inglaterra, pero cuando llegaron a Gijón, Clara no estuvo dispuesta a partir, con lo que decidieron volver a Madrid, siendo detenido el 18 de julio de 1837 en el puesto de aduanas del puente Mediana situado en el camino real de Valladolid a Toledo, en el término municipal de Alcazarén, después de pernoctar en esta población, en la posada situada en la calle Real esquina con la calle Luis Candelas (frente a la iglesia de San Pedro). Lo llevaron a Valdestillas y, luego, a Valladolid.
El último golpe
La banda de Luis Candelas dio su último gran golpe en febrero de 1837. El bandolero y tres de sus compinches asaltaron la casa de Vicenta Mormín, modista de la reina, a la que robaron más de 15.000 duros, vestidos, sedas, encajes y otros complementos para la Corte.
La Policía tomó Madrid, se realizaron redadas y registros en viviendas, deteniendo a muchos sospechosos. Por ello, la banda se tomó un tiempo de descanso y Luis Candelas decidió pasar una temporada en Gijón con su amante, Clara.
El 3 de noviembre de ese año se vio la causa en la Real Audiencia y el tribunal, en cuatro horas, dejó el juicio visto para sentencia. Al día siguiente, el secretario del tribunal le leyó la sentencia en la que era condenado a ser ejecutado a garrote vil. El mismo día, Candelas envió una carta pidiendo el indulto a la reina-gobernadora María Cristina, en la que destacaba que no había cometido delitos de sangre y que se le iba a ajusticiar igual que a quienes derramaron sangre. Sin embargo, el Gobierno se opuso al indulto y la sentencia siguió su curso.
A las siete de la mañana del 6 de noviembre de 1837, con 31 años, Luis Candelas fue llevado al patíbulo levantado en el centro de la plaza de la Cebada. Como todos los condenados a muerte, vestía ropa amarilla e iba montado sobre un borriquillo, escoltado por cuatro alguaciles y, excepcionalmente, una compañía de soldados.
Una gélida mañana del 6 de noviembre de 1837 cientos de madrileños se congregaron en la plaza de la Cebada numerosos madrileños, que esperaban con jolgorio mientras se pasaban la bota de vino, para presenciar cómo el garrote vil terminaba de forma lenta y cruel con la vida de Luis Candelas, el bandido madrileño más famosa de la época. En lo alto del patíbulo, Candelas se quitó un anillo y un pañuelo de seda que llevaba al cuello y se los dio a uno de los frailes que solían acompañar a los reos hasta el final, para que los hiciera llegar a su esposa.
«He sido pecador como hombre, pero nunca se mancharon mis manos con sangre de mis semejantes. Adiós patria mía. Sé feliz». Estas fueron sus últimas palabras. El delincuente más buscado del siglo XIX había sido condenado a la pena capital –se aplicaba a los criminales más odiados– por cometer 40 robos.
La misma condena les llegó unos meses después a sus compañeros Mariano Balseiro y Francisco Villena (Paco “el Sastre”).
Cuentan que en esa época se convirtió en un liberal activo, anti absolutista, y que llegó a ser miembro de la sociedad patriótica de la Fontana de Oro, además de amigo del jefe político liberal Salustiano Olózaga. Al parecer, ambos salían a pasear con dos chicas: María Alicia, que fue amante de Olózaga y luego de Candelas, y Lolita Quiroga, que más tarde, desengañada, se metió a monja y fue sor Patrocinio, y años después la famosa ‘monja de las llagas’.
ANECDOTAS
Al célebre bandolero Luis Candelas se le antojó una capa de terciopelo que vio en un escaparate cercano a la Puerta del Sol. Rápidamente, Candelas puso en marcha su proverbial imaginación.
El bandolero observa que enfrente de la tienda de capas hay una panadería-bollería. Entra en la panadería y pide que le pongan treinta bollos pasados, que se hayan quedado duros. El pastelero se extraña y Candelas le explica que se trata de una broma que a a gastar a un amigo. Paga unos céntimos por los bollos y pide que se los reserven en la trastienda, que enseguida vendrá con e amigo y “ya verá usted lo que nos vamos a reñir”. El panadero accede pensando que será una broma de muy buen gusto, pues a nadie le pueden ofender unos bollos duros. Luis entra de nuevo a la tienda, se prueba una capa y le encanta.
¿Cuánto le debo, caballero?
Son treinta duros – le dice el dueño
Al ir a pagar, Candelas finge que no lleva suficiente dinero y le propone al comerciante:
Mire, buen hombre, si es usted tan amable, acompáñeme a la panadería de enfrente. Es que el panadero es amigo mío y como precisamente me debe treinta duros, él se los dará a usted.
Entran en la tahona y Candelas, guiñando un ojo, le dice al panadero:
Amigo, dele a este hombre los treinta duros que me tenía usted que entregar.
El panadero, conteniendo la risa, invita al comerciante para que le acompañe a la trastienda y, ése es el momento que aprovecha Candelas para tomar las de Villadiego ondeando al viento su nueva y flamante capa.
Robó la amante a Fernando VII
Después de perpetrar los atracos se esfumaba y hacía creer a la Policía que había huido al extranjero, cuando en realidad se transformaba en Luis Álvarez de Cobos, un rico hacendista de Perú. Con esta otra personalidad acudía así a las fiestas de la alta sociedad, cuando de noble no tenía nada: su padre era carpintero. Otra prueba de su osadía fue el amorío que mantuvo con Lola La Naranjera, a la que también rondaba Fernando VII.
En enero de 1837 el Diario de Avisos de Madrid publicaba la orden de caza y captura del bandido madrileño que ya se había convertido en el más famoso y temido de la época. Los carteles con su imagen coparon todos los muros de la ciudad. Pocos meses después fue apresado y condenado a muerte. Había cometido dos errores graves: se metió en las casas de dos personas intocables para la Reina María Cristina.
Erró al asaltar a la diligencia del embajador de Francia en Torrelodones porque le sustrajo no solo dinero y joyas, sino también unos documentos confidenciales y comprometedores. Su segunda equivocación que le valió la pena de muerte fue tomar la casa de la acaudalada modista de la Reina regente María Cristina de Borbón Dos Sicilias.
Coplas de Rafael de León a Luis Candelas
«Anoche una diligencia,
Ayer el palacio real,
Mañana quizá las joyas
De alguna casa ducal.
Y siempre roba que roba,
Y yo por él siempre igual,
Queriéndolo un día mucho
Y al día siguiente más».
Y esto es amigos la historia de un bandolero, un auténtico de Madrid, un caballero, un niño con una triste historia. No mató, ni violó, no empleó la violencia, pero su error fue picar muy alto en sus atracos. Y eso le costó la vida.
Personaje que en otros momentos de la historia hubiera sido un noble caballero, una persona importante.
Historia de Madrid, pasear por sus calles, beber en sus tascas ese vinillo fresco de las frascas, refrescarse en sus fuentes, oír a sus gentes, respirar ese olor de sus calles estrechas, olor a fritanga, a bodega, a iglesia, en fin.
Hasta pronto amigos.