Cantos en el Camino de Santiago y cancionero de los peregrinos.
Que los peregrinos entonaban cantos durante su larga marcha hacia Santiago es un hecho. Hay constancia de ello en el Códice Calixtino (s. XII), que narra como los peregrinos cantaban en sus propias lenguas acompañándose de variedad de instrumentos.
Los cancioneros galaicoportugueses y las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, testimonios de la presencia del canto y la música en las peregrinaciones y romerías, acreditan que el Camino de Santiago constituye un encuentro de los juglares españoles y franceses, que cantan en el camino y cantan sobre el camino. El espíritu del peregrino está presente en alusiones poéticas de Gonzalo de Berceo, en el Poema de Fernán González y en el Conde Lucanor de D. Juan Manuel.
El Cantar del Mio Cid nos “declama” la peregrinación del Cid a Compostela y el romance cantado de Don Gaiferos de Mormaltán o la Colección de los viejos romances que se cantan por los asturianos, son testimonios de la lírica medieval ante la mística de la peregrinación. Un testimonio valioso es la referencia Cervantina del Quijote (capítulo LIV, 2ª parte) al relatar que Sancho “vio que por el camino por donde él iba venían seis peregrinos con sus bordones destos extranjeros, que piden limosna cantando“, escena que Cervantes. Otros autores del siglo de oro mencionan romeros pícaros que cantaban para obtener limosna, como Francisco López de Úbeda y Quevedo, y en La romera de Santiago, de Tirso de Molina el lirismo musical está presente tanto en la obra versificada como en el reparto escénico. El vihuelista granadino Luis de Narváez (S. XVI) canta en una de sus coplas: “el romero y peregrino, cansado de caminar, comienza luego a cantar, por alivio del camino», señalando con total sentido que el canto y la música son sobretodo un recurso de alivio, divertimento y ánimo para el peregrino.
Desde el siglo XI y de modo notable desde el XII, la catedral compostelana, era escenario de las más variadas canciones que peregrinos, músicos ambulantes, juglares, segreles, clérigos y ciegos entonaban en las calles y plazas de ciudad y aún en el interior de la catedral durante las vigilias nocturnas. Hasta los pétreos y ancianos músicos del Pórtico de la Gloria parecían competir en ese festival continuo de música y cantos. Seguramente también de danzas y de alguna representación escénica sencilla para divertimento de unos y otros después del prolongado esfuerzo para llegar hasta la Ciudad del Apóstol. La música era unión entre gentes de todo origen geográfico que entonaba sus cantos en su lengua de origen, de modo que entre las calles de la pequeña ciudad compostelana, se oían y compartían cantos en todas las lenguas conocidas que terminaban por aprenderse y difundirse.
El llamado canto de los peregrinos flamencos pasaba ya por ser el himno oficial de todos los peregrinos, de modo que era común encontrar en la Plaza del Obradoiro, prestos a entrar en la catedral, grupos de peregrinos de distinta procedencia cantando, en el latín común de todos, el Canto del Ultreya, en especial su estrofa más emblemática: “Herru Sanctiagu, Grot Sanctiago, e ultreja e suseja, Deus adjuvanos”, es decir, “Señor Santiago, Gran Santiago, adelante y arriba, y que Dios nos proteja”, en alusión al gesto solidario de darse ánimos unos a otros en su avance hacia la ciudad del apóstol.
Precisamente este canto, conocido como “Dum pater familias”, canto del Ultreya o Himno de los Peregrinos, el más antiguo del Códice Calixtino, aunque recogido en el Códice Calixtino como obra de canto culto, tiene todos los indicios de haberse convertido en un canto popular, especialmente los versos que contienen la palabra Ultreya, que popularizó la pieza. Igualmente contiene elementos populares otras obras del Códice calixtino, como “Ad honores Regis summi”, de Aimericus Picaud, con estructura rítmica y modal que le dan un carácter popular que permitía la rápida memorización de los peregrinos para cantarlo colectivamente.
Son indicios y testimonios que permiten que la música y el canto era el ambiente común de la ciudad, y tanto el canto popular como el culto, éste para ser oído por los peregrinos durante la liturgia, y para ser festejado y protagonizado por los propios peregrinos tanto en el ámbito urbano como en el recinto catedralicio, en donde en horas de vigilia junto a sepulcro apostólico, según narra con gran riqueza el propio Códice Calixtino, los peregrinos entonaban sus cantos acompañados de los instrumentos más diversos, en sus lenguas de procedencia, que compartían con peregrinos de otras nacionalidades y que aprendían y compartían, conformando cancioneros con aquellos temas que se hacían más populares y representativos.
Así llegaron a ser conocidos en toda Europa y a influenciarse unos cantos a otros, y llegaban incluso a editarse en cuadernillos que compraban y llevaban los peregrinos no solo como manual de cantos populares, sino como verdadero documento informativo del Camino, pues aportaban mucha información de los lugares que atravesaba. El más representativo de ellos es el librito “Les Chansons des pelerin de S. Jacques, editado en Troyes en 1718.