Casarás, la Leyenda del convento maldito

En los tiempos en que la sierra de Guadarrama era más inaccesible, las leyendas habitaban entre las peñas y el cerro de la Mujer Muerta no tenía nombre, se levantaba en las vertientes boscosas de la Fuenfría un oscuro convento regentado por monjes templarios. A mediados de invierno eran pocos los caminantes que se aventuraban por aquellos parajes, tal era la inseguridad del camino entre pinos y brezales, pero sucedió que cierta noche vino a alojarse allí el Senescal templario Hugo de Mariñac, hombre adusto y violento que recibió el encargo de custodiar los tesoros de su Orden cuando ésta fue destruida por el rey francés Felipe.

2. El antiguo convento. Casa Eraso. Obra de Jusepe Leonardo. 1639

El antiguo convento. Casa Eraso. Obra de Jusepe Leonardo. 1639

Aquella noche no fue el único huésped del convento. Cierta castellana, esposa de un conde probado de Dios y con importantes propiedades en el valle, vino a pedir cobijo a los monjes por un viaje que pensaba hacer a Segovia, y el Senescal quedó de inmediato prendado de su hermosura. Mas la mujer rechazó todas sus pretensiones por honra que tenía de su marido y señor, y así el despechado templario, amigo de conjuros y hechicerías para cumplir lo que por gracia propia no le era posible, decidió visitar a un brujo de fama probada en aquellas montañas y que medraba en un lugar conocido por la cueva del Monje.

LEYENDAS: LA CUEVA DE SALAMANCA

Pocos daban fe del sitio preciso y nadie se aventuraba allí a menos que hubiese un motivo muy poderoso que lidiar: algún mal de ojo, la maldición de unos pastos, una muerte silenciosa, un hechizo de amor. Pero el Senescal no dudó: sabía que pasada la Cruz y el prado de la fuente, llegábase a la cueva por una ladera poco empinada y sin árboles desde donde podían verse blanquear de hielo las cuestas umbrías del Peñalara. Y así llegó tras muchas vueltas al referido lugar, despejado y barrido por el viento, cuando la luna hacía brillar como plata vieja los manchones de nieve y la roca desnuda de la pradería. Había dejado de nevar, y al otro lado se veía una luz.

3. Valle de Valsaín, en la Sierra de Guadarrama. Autor, FDV
Valle de Valsaín

”¿Has traído al muchacho?” preguntó el brujo. ”Ese era el trato. Si es cierto todo lo que cuentan de ti no pasará de esta noche sin que la espiga quede desgranada” . Pero el brujo se le encaró y dijo: ”Sabes que lo hablado no termina aquí. Tendrás a la mujer, y la bella castellana te seguirá a donde tú vayas y habrá de amarte más que a su propia vida. Pero a cambio tienes que desvelarme el lugar donde guardas el gran tesoro del que eres custodio. Las riquezas de tu Orden han viajado contigo hasta la sierra, y aquí deben de hallarse, ocultas bajo estas breñas sombrías que todo lo callan. Dime su escondite y la mujer será tuya” .

Caballeros a caballo. | Caballeros templarios, Templarios ...

Aquella noche se cumplió el deseo del Senescal. En la cueva, rezumante de humedad, ardían tres lámparas sobre un ara de sacrificio. Sobre el ara tendieron a un joven lugareño raptado esa misma tarde en el valle, y el brujo puso las manos sobre el rostro del muchacho y comenzó a cantar lúgubremente, con una cadencia fantasmal, y a medida que el canto se elevaba hacia el techo la redoma de barro que había a los pies de la víctima empezó a rebosar de un agua oscura y viscosa, parecida a la sangre. Mariñac no podía dejar de mirar, hechizado. Pasado un tiempo el brujo calló y cogió con la mano izquierda un cuchillo de bronce. ”Ahora mencionaré el nombre de tu castellana. Después, debes hacer sólo lo que yo te diga” dijo, y de inmediato gritó con clara voz mientras hundía el arma afilada hasta la empuñadura en el cuello del muchacho. Entonces un humo denso surgió de la redoma, se elevó en el aire viciado  y llenó por completo la estancia donde se encontraban. Todo se tornó turbio. Mas poco a poco, a la luz oscilante de las lámparas, el humo informe tomó un perfil conocido, se condensó y giró en el aire hasta quedar inmóvil frente al templario. Ante sus ojos maravillados se erguía una dama de bello rostro y ataviada con el traje del joven muerto sobre la mesa de sacrificio. Sus manos extendíanse hacia él, implorantes.

4. Sierra de Guadarrama. Ovidio Murguia de Castro. Óleo sobre lienzo, 1898
Sierra de Guadarrama

”Debes sacar tu espada y hundirla en el pecho de esta mujer” gritó el brujo. ”Entonces su corazón será tuyo, podrás tomarla y te amará sin remedio hasta la muerte. ¡Haz lo que te digo!” . Mariñac hizo lo que le había mandado y clavó su arma en el corazón de la joven, que se llevó las manos al pecho sin dejar de mirarlo. ”Todo está cumplido. Ahora tienes que respetar tu promesa” exigió. ”¡Incauto!”  gritó Hugo y de inmediato se echó a reír  ”¿Crees que los tesoros de la Orden te pertenecen? Ahora me marcharé con ella y no volverás a saber de mi”. Pero el brujo lo miró tristemente, y dijo ”Eres tú quien no has entendido nada. No has cumplido tu parte del trato y a causa de tu avaricia ella nunca será tuya. Acabas de atravesarle el corazón con tu propia espada” .

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Y mientras esto decía la mujer abrió sus brazos, que hasta entonces había tenido junto al pecho, y de la herida abierta comenzó a manar abundante sangre que manchó sus ropas y se extendió como una sombra oscura por el suelo de la cueva. De inmediato se derrumbó y quedó muerta a los pies del templario. Éste, loco de rabia y de desesperación, mató al brujo y montando de nuevo su caballo, se lanzó ladera abajo y desapareció a galope tendido por el bosque de la Fuenfría para no ser visto nunca más.

Dicen que Hugo de Mariñac vaga todavía en espíritu junto a los bosques y las crestas empinadas que rodean Casarás. Hoy el convento ha desaparecido y sólo unas ruinas enlutadas de musgo y ortigas anuncian al viajero el lugar donde antaño se levantaba el convento maldito. Pero lo cierto es que en los días de tormenta, cuando las nubes plomizas bajan rodando por las pendientes del Peñalara y el bosque se entristece y se cubre de nieblas, puede oírse de nuevo al caballo del Senescal y a su jinete atronando las cuestas con los ecos de su galope. Pues el Tesoro de los Templarios nunca se encontró y Hugo de Mariñac está condenado a vigilarlo eternamente. Algún cazador extraviado en la cellisca lo ha visto pasar, más allá de las frondas que coronan el cerro de la Mujer Muerta, y cuentan después que en su celo va repasando sin tregua cada tronco, cada venero y cada brezo florecido, cuidando que el fantasma del brujo no pueda descubrir nunca el escondrijo que le llevó a la muerte y que fue origen de tantas desgracias.

LA CASA ERASO

Convento de Casarás

Se alza el convento de Casarás en el corazón de los montes de Valsaín. A escasa distancia del puerto de la Fuenfría, su localización es una de las más hermosas de la Sierra del Guadarrama que a pesar de su aislamiento no es demasiado esforzado alcanzarla.

Nada queda de su esplendor, más que un par de muros y un arco que asemeja una solitaria costilla.

Más que convento fue un palacio de fortuna donde Felipe II descansaba en su anual travesía del Guadarrama entre los ardores madrileños y el frescor de Valsaín. Su nombre, Casarás, parece ser una deformación del nombre originario del edifico: Casa Eraso.

Construcción ruinosa que poco a poco fagocita el pinar y el monte guadarrameño entre los paños de sus viejos muros, el aire ventea una oscura leyenda.

Por el Puerto de la Fuenfría siempre me ha llamado la atención, además de su calzada romana, unas ruinas emplazadas en un lugar muy bello de la sierra, acostadas en las estribaciones del Montón de Trigo, a 1.650 m. de altura y a un Kilómetro de la célebre Fuente de la Reina, hoy, casi destruida, cuyas aguas estaban consideradas como las mejores de la Sierra de Guadarrama. Parada obligatoria para descansar y degustar de su agua, fria y reconfortante para el cuerpo y el alma.

Estas ruinas, que sin duda pertenecieron a algún notable edificio, (se supone que pertenecen al convento), están emplazadas en una frondosa planicie sombreada por los pinos y a unos 200 metros de la vía romana, que en este punto toma un viraje de casi noventa grados, siempre en descenso desde el alto del Puerto de la Fuenfría hasta las praderías de las Camorcas.

La Vía XXIV de Antonino, el más conocido de los caminos romanos, que unía Titulcia con Segovia hace dos milenios, presenta su tramo mejor conservado.

Calzada romana
Calzada romana

Conforme se adentra uno desde Cercedilla al fondo del valle de la Fuenfría se destaca más perfectamente el rudo pavimento de la calzada con sus pétreos barandales, a veces de un tamaño sorprendente; su firme está a veces muy deteriorado, tanto por el abandono de esta vía hace ya dos siglos, como por el ímpetu y violencia de las aguas de las torrenteras.

Esta calzada en pleno uso hasta finales del siglo XVIII, ha sentido sobre sus losas el rudo paso de ejércitos romanos, godos, árabes, cristianos que han basculado de norte a sur y viceversa. ¡Cuántos caudillos y reyes se han hospedado en su venta de la Fuenfría! ¡Qué enorme tráfico comercial se ha desarrollado a través de esta vía entre ambas Castillas!
Hasta nuestro Arcipreste de Hita nos relata su extravío por la Fuenfría en el libro del Buen amor: “Tornéme para mi tierra donde a tercer día, / más non vin por Lozoya, que joyas non traía, / cuidé ir por el Puerto que diçen la Fuenfría, / herré todo el camino como quien non sabía”.

Fuente de la Fuenfría - 1953 - Biodiversidad Virtual / Etnografía
Fuente de la Fuenfría

La mayoría de los que hasta aquí llegan no hace otra cosa que continuar de frente, haciendo caso de la lógica senderista, pero también de las numerosas flechas amarillas del Camino de Santiago madrileño, que hasta aquí se viene para atravesar el Guadarrama rumbo a la capital espiritual gallega. Por él seguiremos, al ser el camino más directo para alcanzar el puerto de Fuenfría.

Volviendo al tema de nuestras ruinas, objeto de este artículo, emplazadas en un lugar tan ameno, con unos horizontes tan sorprendentes de montañas, como Dos Hermanas, Peñalara, Bola del Mundo, Guarramillas, Siete Picos, que encuadran el inmenso pinar de Valsaín (Vallis Sabinae), han sido para mí un enigma, que merecía la pena de descifrar en cuanto a su primitivo destino.

Revolviendo mapas y guías de estas sierras, todos daban a este emplazamiento el nombre de Casarás o Casarés, restos de un primitivo convento; pero al revisar historias antiguas que nos describiera tal monasterio en un lugar tan inhóspito, llegamos a la conclusión de que no había existido en este paraje ningún convento, ni menos con el nombre de Casarás, pues hubiera merecido la atención de Colmenares en su Historia de Segovia; según había oído a la gente de la región, fue un vetusto cenobio de templarios con nombre de Casarás o Casa Harás, sacando una etimología popular. También se cuenta que aquel edificio sirvió para hospedaje de reyes en su paso por el puerto y nos hace una descripción de las ruinas, ya que en su época eran más visibles, y más reconocible la forma primitiva de la mansión que actualmente.

Dibujo: Juan José Martín Encinas

En este albergue se aposentaron reyes y princesas reales desde Felipe II hasta los primeros borbones, quedando definitivamente abandonado cuando Carlos III construyó la carretera de Villalba a La Granja por el Puerto de Navacerrada.
Veamos ahora cuál es la historia de esta venta, real, por haber servido de albergue, alojamiento y hospedaje a las familias reales. Felipe II había sido muy aficionado a montear por los bosques de Valsaín, por ser un coto de gran riqueza en venados. Por sus brañas y matorrales campaban libremente en su tiempo, ciervos, lobos, venados, gamos, corzos e incluso osos, sin contar otros animales más pequeños, como ardillas, perdices, conejos, zorros que habitaban por estos agrestes parajes. Quedó el monarca con tan gran querencia por el Bosque de Segovia que decidió ampliar su pabellón de caza, que se alzaba al pie del río Valsaín, desde los tiempos de Enrique III, agrandado por Enrique IV y mejorado por Carlos V.

Otro de los menesteres de esta casa era guardar y conservar la nieve para servir en verano al palacio de Valsaín, como lo dice Gómez de Mora; de aquí que se llamó también a este albergue con el nombre de “La casa de la nieve”; tal vez la depositaran en el sótano o mejor en algún pozo próximo, como todavía se ve en las cumbres de la montaña de El Escorial.

Desde el puerto de Fuenfría descender rumbo a Valsaín, adentrándose en tierras segovianas por la amplia pista al otro lado de una barrera, que no es otra que lo que dejó la carretera de La República y que en este tramo el trazado de la venerable vía romana. Unos trescientos metros más adelante ambos caminos se separan, debiendo tomarse el que surge a la izquierda. No hay que seguir demasiado; sólo hasta un despejado hombro en cuyo centro se alzan las esqueléticas ruinas de Casarás.

Convento de Casarás | Metrópoli | elmundo.es

Y así termina nuestra aventura por los montes de la Sierra de Guadarrama.

Damos las gracias por su documentación a mi gran amigo Alfredo Merino, estupendo periodistas, aventurero y deportista, además de ser una persona genial.


Patxi Amescua

Productor de TV

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