María de Castilla
María de Castilla nació en Segovia el 14 de noviembre de 1401, hija del rey Enrique III «el Doliente» y de Catalina de Lancaster.
Desde su nacimiento ocupó un lugar privilegiado en la corte castellana, ostentando el titulo de infanta y princesa de Asturias entre 1401 y 1405. Sin embargo el nacimiento de su hermano Juan la desplazó de la línea sucesoria al trono castellano.
En 1415, María contrajo matrimonio con Alfonso V de Aragón, conocido como «el Magnánimo». Este enlace unió dos de las coronas mas poderosas de la Península Ibérica y consolidó la unión de Castilla y Aragón. María se convirtió en reina consorte de Aragón, Sicilia y Nápoles, acompañando a su esposo en sus campañas militares y asumiendo un papel fundamental en la política de la Corona de Aragón.
Las prolongas ausencias de Alfonso V en sus conquistas italianas obligaron a María a ejercer como regente del reina en diversas ocasiones. Durante estas regencias, demostró su capacidad de gobierno y su habilidad para la diplomacia.
Mediando en conflictos internos y externos, María se convirtió en una figura clave para la estabilidad de la Corona de Aragón.
María de Castilla fue una notable mecenas de las artes y las letras. Protegió a artistas y literatos, impulsando el desarrollo cultural en la corte aragonesa. Entre sus obras mas destacadas se encuentra la fundación del monasterio de la Santísima Trinidad de Valencia, donde hoy reposan sus restos.
Los castellanos la consideraban aragonesa y los aragoneses castellana. Tuvo tantos méritos para ser santa como Isabel la Católica y como gestora de la Corona de Aragón fue excepcional.
Una mujer culta, piadosa, diplomática y valiente, por eso es conocida y honrada.
María de Castilla falleció en Valencia el 4 de octubre de 1458, dejando un legado de mujer culta, inteligente y comprometida con su pueblo.
Su figura ha revalorizada en los últimos años, reconociéndola como pieza fundamental en la historia de la Corona de Aragón y una de las reinas mas influyentes de su época.