Luis de Córdova y Córdova

Córdova y Córdova, Luis de. Sevilla, 8.II.1706 – San Fernando (antes isla de León) (Cádiz), 29.VII.1796. Marino, capitán general de la Armada.

Si don Luis hubiera nacido en Inglaterra, Francia o Alemania, sus hazañas estarían hoy en los libros de Historia de nuestros escolares y su nombre sería conocido por todos los españoles como lo son los de otros navegantes extranjeros que distan mucho de estar a su altura, pues hoy no lo conocen ni en su pueblo.  Y eso que sus proezas no fueron cosa de casualidad. Juzga por tí mismo.

Hijo de padres nobilísimos, fue bautizado en la parroquia de San Miguel, Sevilla, el 12 de febrero de 1706. Su padre fue Juan de Córdova Laso de la Vega y Puente, marino y caballero de la Orden de Calatrava, y su madre fue Clemencia de Córdova, hija del marqués del Vado; ambos eran primos y habían contraído matrimonio con dispensa de consanguinidad el 20 de septiembre de 1692. Juan de Córdova y Francisco de la Puente, bisabuelos de Luis de Córdova, habían sido caballeros de Santiago y Alcántara respectivamente, lo mismo que otros parientes.

Desde muy temprana edad sintió inclinación por las cosas de la mar. Comenzó su vida marinera con once años de edad al lado de su padre, capitán de navío, a quien antes de haber cumplido los trece años ya había acompañado en dos viajes a América. Con quince años de edad sentó plaza de guardia marina en el departamento de Cádiz (1721). Ascendió a alférez de fragata (1723), y en los primeros grados de su carrera prestó brillantes servicios, acreditándose en diferentes navegaciones, comisiones y acciones de guerra, que merecieron la aprobación de sus superiores y el aprecio del rey de España. Fue elegido para escoltar al príncipe Carlos de Borbón en su viaje a Italia (1730).

Ascendió a alférez de navío (1731), a teniente de fragata (1732), participó en la reconquista de Orán que era un nido de piratas en el Mediterráneo (1732), y tomó parte en la reconquista del reino de Nápoles y Sicilia (1734).

Ascendió a teniente de navío en 1735, y a capitán de fragata en 1740. Participó en las luchas contra los piratas argelinos en el Mediterráneo. Ascendió a capitán de navío en 1747. Al mando del navío América, de sesenta cañonesjunto con el navío Dragón, también de sesenta cañones, combatió a las órdenes de Pedro Stuart en el golfo de Cádiz contra los navíos argelinos Dansik, de sesenta cañones, y Castillo Nuevo, de cincuenta y cuatro cañones (1747). El Castillo Nuevo se retiró a las primeras descargas y al ser perseguido se refugió bajo las baterías de Argel. El Dansik sostuvo un combate de unas treinta horas a lo largo de cuatro días, hasta que totalmente acribillado y con la mitad de bajas en su dotación, arrió el pabellón y se entregó, pero se encontraba en tan mal estado que hubo que quemarlo. Por esta acción, en la que fueron rescatados unos cincuenta cautivos cristianos, el Rey concedió a Luis de Córdova la encomienda de la Orden de Calatrava.

Año de gracia de 1780. En España reina Carlos III y estamos en guerra contra Inglaterra…

Los abusos y desmanes de la Corona británica provocan la sublevación de sus colonias de Norteamérica. Para fastidiar a Inglaterra, España y Francia las apoyan. El gobernador de La Luisiana, don Bernardo de Gálvez y Madrid, les presta un apoyo material, naval y terrestre, gracias al cual los rebeldes alcanzarán la victoria y fundarán los Estados Unidos de Norteamérica que tan mal pago nos daría un siglo después.

Y en esas estábamos cuando los espías españoles en el Reino Unido averiguan que, hacia el verano, un convoy de más de medio centenar de mercantes armados y su correspondiente escolta de barcos de guerra, partirá hacia Norteamérica cargado de tropas, pertrechos, material militar y dineros, para aplastar la revuelta en las trece colonias insurgentes.

Inmediatamente un correo viaja a Madrid para informar al ministro Floridablanca. El informe es sorprendentemente detallado y documentado; los espías han hecho bien su trabajo. La formidable expedición se dirigirá hacia el sur y virará hacia el oeste pasadas las Canarias procurando mantenerse lo más alejada posible de nuestras costas, ya que su principal objetivo es evitar encuentros con la flota española.

Don José Moñino y Redondo, primer conde de Floridablanca, no es precisamente un hombre indeciso. Sin perder ni un segundo su mejor correo parte de Madrid a matacaballos y, en un tiempo récord, entrega su mensaje a don Luis de Córdova y Córdova, almirante de la flota del Estrecho de Gibraltar compuesta por 27 navíos de línea y 4 fragatas, más 9 barcos de apoyo y una fragata de nuestros entonces aliados franceses. Don Luis había sido nombrado en febrero Capitán General de la Real Armada Española y su flota estaba tomando parte en el bloqueo de Gibraltar.

El Almirante reúne urgentemente a sus capitanes y ordena disponer los buques para el combate. La cacería da comienzo.

La flota española se adentra en el Atlántico. El Almirante, con la información suministrada en el correo sobre la fecha de salida, las características de la presa y su destino, deduce la ruta más probable de la flota enemiga. Por delante envía sus fragatas más rápidas para que, abriéndose en abanico, exploren el océano y… ¡bingo! En la madrugada del 9 de agosto de 1780, una de las fragatas exploradoras divisa en el horizonte gran número de velas al norte de las Azores. Don Luis, desde el castillo de popa de su buque insignia, el Santísima Trinidad, el navío más grande y mejor artillado de su tiempo apodado por ello el Escorial de los mares, puede ver como a barlovento, una lejana fragata dispara sus cañones anunciando el avistamiento. Sin embargo, la enorme distancia impide contar el número de disparos que informa del número de velas divisadas. ¿Será el convoy inglés? La tensión se disipa cuando minutos después, siguiendo la ordenanza, la fragata vuelve a repetir la señal y esta vez sí pueden contarse los disparos.

Inmediatamente el Almirante traza un rumbo de interceptación y ordena virar a su escuadra, para que el encuentro con el convoy tenga lugar al amanecer. Pero a su profundo dominio de la navegación, don Luis une la astucia, y les prepara una trampa a los ingleses. Ordena poner un farol encendido en lo alto del trinquete del palo de proa del Santísima Trinidad. La trampa da resultado y los barcos británicos, creyendo que se trata de una señal de su propio comandante, pasan toda la noche navegando directos hacia la boca del lobo.

La enorme flota británica formada por 55 mercantes fuertemente armados, ha partido el 29 de julio de Portsmouth escoltada por la escuadra del Canal de La Mancha. A la altura de Galicia, la escuadra se vuelve a Inglaterra y solo quedan como escolta el navío de línea de 74 cañones HMS Ramillies donde viaja el comandante de la flota John Moutray, y las fragatas de 36 cañones HMS Thetis HMS Southampton.

Un año antes, en el verano de 1779, en una operación al mando de don Luis de Córdova y del almirante francés Louis Gillonet, conde de Orvilliers, que ostentaba el mando supremo, la flota hispano-francesa había sembrado el pánico en las costas británicas tras poner en fuga a la escuadra del Canal de La Mancha y apresar el navío HMS Ardent. El ejército regular estaba combatiendo en las colonias americanas y la población, aterrada, abandonó la costa.

 

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 EL comercio naval inglés cesó su actividad y la Bolsa de Londres tuvo que cerrar, en una situación de pánico que no se experimentaba desde los tiempos de la Gran Armada de Felipe II. Una vez dominado el Canal, en los puertos de Bretaña, Normandía y Flandes esperaban más de 400 transportes que debían trasladar a las costas británicas 40.000 soldados con pertrechos y artillería. El almirante español apremiaba a desembarcar de inmediato y rematar el plan, argumentando que la escuadra enemiga carecía de la potencia necesaria para evitar el desembarco. En cambio, el incompetente e irresoluto almirante francés, pretendía que primero había que destruir la escuadra británica, y estuvo aplazando la decisión de desembarcar, dejándose enredar por todas las dilaciones que provocaban los británicos y dando lugar a que llegara el mal tiempo, hasta que se desató una epidemia de tifus que agravó los estragos que ya venía causando el escorbuto. Orvilliers corrió entonces con sus barcos a refugiarse en Brest, perdiéndose una oportunidad irrepetible de asestar un golpe mortal a Gran Bretaña. El Conde recibió durísimas críticas que le afectaron hasta el punto de renunciar a la Marina y desaparecer para siempre de la vida pública. A Córdova en cambio, el rey de Francia lo premió obsequiándole una caja de oro y brillantes con la dedicatoria: “Luis a Luis”. El rey de España le concedió la gran cruz de Carlos III, la más alta condecoración de la época. En esta campaña los barcos españoles empezaron a usar los barómetros marinos cuando aún no los tenían los aliados franceses. El general francés conde de Guichen quedó maravillado, cuando Mazarredo le mostró el aparato que le permitía predecir la evolución del tiempo a corto plazo, con el acierto que tanto había sorprendido a los franceses.

Por miedo a un nuevo intento de invasión, la escuadra del Canal tiene orden de regresar en vez de continuar escoltando la valiosa flota hasta el punto del Atlántico en el que deben separarse los dos convoyes que en realidad la forman: uno debe seguir hacia las Antillas inglesas para aplastar la rebelión de las trece colonias de Norteamérica y el otro debe dirigirse a La India donde Gran Bretaña libra otra guerra colonial.

El 9 de agosto, antes de la separación de ambos convoyes, cuando a las 4’15 de la madrugada la claridad permite a los británicos divisar velas inusuales en el horizonte, comprenden que su plan de evitar a toda costa un encuentro con los españoles, ha fracasado.

El Almirante español, siempre oportunamente asesorado por su competente segundo don José de Mazarredo, ordena el ataque. Las primeras en llegar hasta el enemigo son las rápidas fragatas y a su zaga van los navíos de línea.

El comandante inglés John Moutray, en cuanto ve lo que se le viene encima, huye con los navíos de la escolta, abandonando a su suerte a los buques mercantes que, aterrados, inician una desbandada general. No es nada extraño este comportamiento y de hecho forma parte de la tradición de la marina de guerra inglesa, que solo entabla combate cuando está en condiciones de superioridad; en caso de duda enseña la popa al enemigo sin el menor pudor.

La orden de D. Luis de Córdova es clara: abrir fuego contra todo navío que no se rinda y apresar tantos barcos como sea posible. Sin embargo deja a sus capitanes libertad de acción para que decidan la selección y captura de las naves enemigas siguiendo su propio criterio. Don Luis que a la sazón tiene ya 73 años y una impresionante hoja de servicios, confía plenamente en la oficialidad y en la marinería de sus barcos, porque lleva años dirigiendo personalmente su adiestramiento y sabe que son tripulaciones profesionales, experimentadas y competentes.

La cacería se torna implacable. Los capitanes españoles compiten entre ellos, por conseguir el mayor número y calidad de capturas. A las 5 de la mañana, solo 10 navíos hispanos han apresado ya 26 mercantes.

Aunque los navíos ingleses van fuertemente artillados, tienen pocas posibilidades frente a los barcos de guerra españoles. No obstante, algunos prefieren combatir hasta ser rendidos o abordados, que es lo que debería haber hecho su escolta para darles alguna oportunidad de escapar.

A pesar de que el riesgo de que muchas presas consigan huir es elevado, la eficaz actuación de los barcos españoles logra que, en poco tiempo, la mayoría de los mercantes británicos terminen entregándose. 52 buques son capturados y las fragatas seguirán la búsqueda de los 3 huidos hasta bien entrada la madrugada.

Un éxito tan rotundo, a pesar de que los barcos españoles son más pesados y lentos que los ingleses, se debe a que nuestros marinos tienen un mejor conocimiento de la dirección de los vientos reinantes en la zona y a que saben prever con gran habilidad, para interceptar a los veloces navíos enemigos.

A la mañana siguiente, las presas son agrupadas y conducidas al puerto de Cádiz. Don Vicente Doz dirige la operación de escolta con éxito, pese al acecho constante de las fuerzas navales enemigas. Las informaciones que los capitanes españoles hacen llegar al Almirante, empiezan a arrojar luz sobre la impresionante magnitud de la captura realizada.

A su llegada a Cádiz el 20 de agosto, la flota apresada ha de anclarse en la bahía porque las instalaciones portuarias resultaban insuficientes para albergarla. 

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Cuando don Luis entra en el puerto con su buque insignia y se dirige a Capitanía para entregar el preceptivo informe dirigido al Rey, todo Cádiz inunda ya las calles aclamando su heroicidad. La audacia de un comandante valeroso, sabio y experimentado, la pericia de unas dotaciones profesionales y bien entrenadas, y el feliz consejo de un competente segundo, han otorgado a las armas españolas una victoria gloriosa.

En total se apresan 52 barcos: 33 fragatas, 10 bergantines y 9 paquebotes que suman 294 cañones. De ellos, los que resultan aptos para el combate, serán remodelados e incorporados a la Real Armada Española. Así el Helbrech de 30 cañones, el Royal George de 28, el Monstraut de 28, el Geoffrey de 28 y el Gaton también de 28, se convertirán respectivamente en la Santa Balbina de 34 cañones, el Real Jorge de 30, la Santa Bibiana de 34, el Santa Paula de 34 y el Colón de 30 cañones.

Una inmensa fortuna de 1 000 000 de libras esterlinas en lingotes y monedas de oro pasa a poder español. Para comprender lo que esto representa, basta pensar que el valor de los 52 barcos capturados es de 600 000 libras. La captura también incluye una enorme cantidad de provisiones y efectos navales, así como uniformes, tiendas de campaña, equipación, armamento, 80 000 mosquetes, casi 300 cañones y 3 000 barriles de pólvora. Todo ello en cantidad suficiente para equipar a 12 regimientos.

La magnitud de las pérdidas provocó el desplome de la bolsa de Londres y dañó muy gravemente las finanzas de Inglaterra y, consecuentemente, su capacidad para seguir sosteniendo las lejanas y costosas guerras coloniales.

No cabe la menor duda de que este enorme descalabro fue decisivo 

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para que los sublevados norteamericanos alcanzasen su objetivo de independizarse y, en esta ocasión, ni la sempiterna ineptitud náutica ni la tradicional impericia ejecutiva de nuestros aliados franceses, consiguió dar al traste con la operación. Y lo intentaron, vive Dios que sí. Poco antes habían exigido a Floridablanca que destituyera a Córdova del mando de la flota combinada, arguyendo que por su avanzada edad, le fallaba la cabeza. Don José Moñino les pidió entonces el nombre de alguno de sus almirantes que hubiera podido adelantar, mejorar o rectificar uno solo de los planes de acción de don Luis. Los franceses, tras mirarse entre sí perplejos y ofendidos, salieron del despacho mascullando palabras tales como merdeconnard, putaine, y otras por el estilo que suelen usar cuando se enfadan.

 Y la prueba irrefutable de que, a pesar de su edad, seguía siendo mejor navegante que cualquiera de sus contemporáneos, no es solo el clamoroso éxito de esta operación. Un año después, en el canal de La Mancha, a la altura de las islas Sorlingas, al oeste de Cornualles, apresó otro convoy de 24 barcos ingleses. En esta campaña, nuevamente Córdova y su segundo Mazarredo, demostraron su saber y su pericia, adoptando las disposiciones que evitaron que los violentos temporales que hubieron de soportar, causaran daños de consideración en sus naves.

Y todas estas hazañas las logró gracias a su sagacidad, a su experiencia y a sus profundísimos conocimientos náuticos, puesto que los barcos de guerra españoles, construidos según el modelo francés, eran más pesados, más lentos y menos marineros que los británicos, construidos según el modelo de don Jorge Juan y Santacilia. Dicho de otro modo, los barcos españoles de la época eran los menos adecuados para dar caza y captura a los barcos británicos, más bien todo lo contrario. Pero don Luis fue, con diferencia, el mejor marino de su época.

La grande y felicísima captura es el mayor desastre logístico de la historia naval de Inglaterra. 

Espero que os haya gustado esta parte importante de nuestra historia. Yo personalmente la desconocía, pero no deja de asombrarme la categoría de las personas de nuestra tierra y que de seguro la sigue habiendo, pero también de seguro que no la conoceremos, porque amigos España es así, alabamos y ensalzamos lo de fuera y lo nuestro lo enterramos y olvidamos.

Hombres y mujeres de letras, sabios, investigadores, militares, bomberos, policías, guardabosques y un gran etc. etc. que valientemente se juegan día a día la vida en despachos, laboratorios, bosques, calles…

Y son totalmente desconocidos para nosotros. España es una tierra de valientes, pero también de envidiosos, desgraciadamente.

Un saludo amigos,


Patxi Amescua

Productor de TV

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