La armada invencible, Felipe II contra Inglaterra
La flota enviada por Felipe II contra Inglaterra no fue derrotada por el enemigo en combate, pero su viaje de vuelta por el mar del Norte hizo que la empresa terminara en desastre.
‘Prisioneros de la Armada Invencible’, la historia de los 1.500 hombres que fueron asesinados por los ingleses en las playas y cárceles de Irlanda.
Uno de esos hombres fue el Capitán D. Francisco de Cuellar.
Después de naufragar en Streedagh, en una tragedia en la que murieron alrededor de 1.100 hombres, el capitán Francisco de Cuéllar sobrevivió al propio naufragio y luego a los asaltos que perpetraron los irlandeses a aquellos que conseguían llegar a tierra firme. Cruzó a pie, casi desnudo y herido de gravedad, el noroeste de Irlanda durante siete meses. Resistió, junto a ocho españoles más, un ataque de 1.700 soldados ingleses. Logró viajar hasta Escocia y desde allí a Flandes, desde donde pudo regresar a España después de sufrir otro naufragio.
No sabemos cuando nació el Capitán Francisco de Cuéllar, pero posiblemente nació en Arnedo (La Rioja), ya que cuando las cosas se le ponían realmente mal invocaba a la Virgen de Hontanar (patrona de ese municipio) o bien en el pueblo que le dio su apellido, Cuéllar (Segovia), aunque lo más posible es que fuese vallisoletano, algo que las pruebas documentales parecen afirmar.
Sí sabemos que desde joven se enroló en la Armada de Felipe II, que luchó contra los franceses en Brasil y en la batalla de la isla Terceira en 1582; pero lo realmente increíble fue su epopeya irlandesa. Epopeya que narraría de su puño y letra en una carta mandada al Rey Felipe II y que conservamos a día de hoy.
Hoy los irlandeses, mucho más preocupados que nosotros por mantener viva la historia de aquellos marinos olvidados de la Armada Invencible, tienen habilitada y señalizada una ruta para recorrer en coche o en moto el camino que anduvo el Capitán Francisco de Cuéllar y que comienza, como no, en nuestro querido pueblo de Grange (el pueblo que conmemora todos los años un homenaje a los náufragos de la Armada Invencible).
Fue aquí, en la playa de Streedagh donde el 21 de septiembre de 1588 naufragó el barco donde iba embarcado el capitán Francisco de Cuéllar, la Lavia, junto a otros dos más, la Santa María del Visón y la Juliana.
Según sus propias palabras, el mar se alzó como para tocar el cielo y embistió a las tres naves contra la costa, de tal manera que el espacio de una hora los tres barcos quedaron despedazados, ahogándose más de mil hombres, entre ellos mucha gente principal, capitanes y caballeros.
La playa de Streedagh es por si misma absolutamente espectacular y merece la visita aunque no te interese en absoluto la historia. El pueblo de Grange es además un sitio encantador lleno de gente amable y con ganas de charla.
Para aquellos pocos que sabían nadar en aquella época (ser marino no implicaba saber nadar, por extraño que nos parezca hoy en día), el llegar a la costa no era, ni mucho menos, sinónimo de salvación. En la playa, los “salvajes” irlandeses, desnudaban y robaban a los náufragos, mientras que las tropas inglesas que ocupaban Irlanda se dirigían a toda prisa a la costa a rematar a los supervivientes.
Cuéllar, a pesar de tener graves heridas en sus piernas, logró llegar a la playa, esconderse y pasar la noche a la intemperie. A la mañana siguiente intentó buscar refugio en un pequeño convento que divisó a lo lejos…
Poco le duró la esperanza al capitán Francisco de Cuéllar de encontrar refugio en la pequeña abadía de Staad, a muy poca distancia de la playa de Streedagh. El monasterio había sido abandonado por los monjes debido a las fechorías del ejército inglés; las imágenes de los santos habían sido quemadas y doce españoles colgaban ahorcados de su techo.
Las ruinas de Staad Abbey están muy cerca del lugar del naufragio y pueden visitarse, aunque al estar en terreno particular, no es aconsejable saltar la pequeña valla para proteger el ganado sin permiso del dueño (al que es posible ver por los alrededores). Estas ruinas son realmente conmovedoras, aunque realmente la abadía a la que cita Cuéllar estaría situada en lo que actualmente es la iglesia de Ahamlish, al norte de la playa, en Grange, donde cerca de ella la tradición popular sitúa el “Gáirdín a ‘Bhádh”(el jardín de los ahogados).
Abadía de Staad
Sin comida y herido decidió intentar volver a la playa donde se topó con dos hombres ensangrentados y desnudos, Alonso y Baltasar, marineros de la Santa María del Visón. Llorando, se abrazaron. La playa permanecía repleta de cadáveres (llegaron a contar más de cuatrocientos), llegando a enterrar a alguno de ellos en la playa excavando con sus propias manos.
Algunos irlandeses compasivos que presenciaron aquella imagen desgarradora, se apiadaron de ellos y les indicaron una ruta para llegar a un sitio seguro.
Cuéllar, malherido, no pudo seguir el ritmo de sus compañeros, que se adelantaron en su fuga dejándolo a él continuar sólo.
Desde una colina divisó unas chozas de paja, para las que debía de llegar atravesando el fondo de un valle boscoso. Estaba allí, cuando cuatro personajes le abordaron y robaron su cadena de oro y unas reliquias que portaba en un pequeño escapulario. A pesar de maltratarlo y robarlo, también uno de ellos le di un ungüento para curar las heridas de su pierna y le indicó la dirección donde un señor irlandés, amigo de su rey Felipe II, estaba acogiendo a los supervivientes de los naufragios. Era el territorio del Señor de O’Rourke.
El capitán Francisco de Cuéllar, a pesar de llamar “salvajes” a los irlandeses, siempre tuvo claro que su encuentro era mucho mejor que el encontrarse con los ingleses. Los salvajes irlandeses robaban, pero solían dejar a sus víctimas vivas y a su merced. Ahora bien, con este pobre bien se ensañaban, pues en la ruta que debía seguir para intentar ser ayudado fue de nuevo asaltado por otro grupo de irlandeses que lo molieron a palos y lo dejaron en cueros y helado de frío.
Después de dos días de caminata renqueante ,durmiendo en cuevas y vestido con helechos y paja divisó un lago, el lago Glencar y en su orilla unas cabañas abandonadas. Una de ellas, la que mejor le pareció para guarecerse le brindó, por fin, una alegría; el encuentro con tres españoles supervivientes de un grupo de once náufragos y una cena a base de bayas y frutos del bosque.
El precioso entorno del lago Glencar tiene como estrella su hermosa cascada. El entorno es idílico si no vas desnudo, hambriento y con una pierna rota.
Los cuatro españoles se dirigieron juntos hacia el territorio de O’Rourke, no sin antes recibir auxilio de unos irlandeses católicos que cuidaron y curaron a Cuéllar de sus heridas. Deprimido y agotado en extremo, Cuéllar se mantuvo casi inconsciente durante toda una semana cuidado por estas almas caritativas. Sus compañeros, temerosos de encontrarse con tropas inglesas, se adelantaron en el camino dejándolo al cuidado de esta familia irlandesa.
Briand O’Rourke tenía por entonces a más de setenta supervivientes de los naufragios de la Armada Invencible en Irlanda , la mayor parte de ellos heridos y apenas vestidos. Las noticias de que el galeón Girona iba a su rescate provocó la partida de algunos españoles hacia la costa. Cuéllar, a pesar de intentar llegar hasta él, no pudo hacerlo por su extrema debilidad. El pobre Girona, maltrecho por los vendavales no hizo sino recoger a algunos de aquellos desdichados para naufragar prácticamente de inmediato, llevando a la tumba a más de doscientos marinos. En esta ocasión, la escasa movilidad del capitán Francisco de Cuéllar le salvó la vida. De este naufragio, Cuéllar sería informado en los alrededores de la Calzada del Gigante.
El Castillo de O’Rourke
Perdido después de quedarse el último del grupo de españoles que intentaban ser socorridos por el Girona, agotado y pensando en el suicidio, se encontró con un católico irlandés que, siendo clérigo, le permitió entenderse con él en latín, lengua que Cuéllar dominaba.
Le indicó como dirigirse de nuevo a territorio dominado por señores beligerantes de los ingleses y hacia allí partió. Lurganboy.
Increíblemente, Cuéllar sigue con la mala suerte a sus espaldas y es apresado por una pareja que lo encadena con el propósito de hacerle esclavo en su herrería. Como lo oyes, el capitán Francisco de Cuéllar es ahora esclavo de un herrero.
Permaneció allí esclavo casi dos semanas, hasta que el clérigo que le había ayudado pasó casualmente por la herrería y, recriminando su actitud al herrero mandó al día siguiente a un grupo de gente mandados por MacClancy (uno de los señores que ,beligerantes con los ingleses, ayudaban a los españoles en su huida). Entre los que acudieron en su socorro había también un español llamado Salcedo, que había naufragado en la costa de Donegal y que viendo como el herrero se disponía a martillear en la cabeza a Cuéllar para evitar su rescate, seccionó la yugular del maldito herrero mientras exclamaba un castizo: “Suelta el martillo, hideputa”.
Largydonnell
El castillo de MacClancy, Rossclogher.
Levantado en una isla en el extremo oeste de la costa sur del lago Melvin, el castillo tenía forma circular y estaba rodeado por gruesos muros. Situado en un entorno idílico, poseía un patio central, una iglesia y un campanario.
Hasta allí lo acompañó Salcedo y allí le presentó al resto de españoles, ocho náufragos, a los que MacClancy (al que los españoles llamaban Manglana) brindaba su protección. Cenaron carne de vaca, cabrito, manteca de cerdo, pescado asado, bayas, leche agria, pan de avena y “una bebida turbia y áspera, con sabor a hierbas amargas”. Después de tanto sufrir, que menos que una cerveza ¿no?.
Allí tenemos a nuestro capitán, recuperándose al fin de sus penurias y empezando a demostrar de nuevo sus habilidades sociales. Encantador hombre de mundo, hablador y culto, hechizaba con sus narraciones y sus trucos (como el de leer la mano) a todo el vecindario, y en especial…al público femenino. Hasta la misma Enihm, esposa de MacClancy, no dejó de “tirarle los tejos” hasta hacerlo retozar con ella.
Cómo no, tanta felicidad no nos parece cuadrar en nuestro sufrido Cuéllar, así que pronto lo veremos de nuevo sumirse de nuevo en la desdicha.
El virrey inglés Fitz William había partido de Dublín hacia el norte de Irlanda con un ejercito de 1.700 hombres dispuestos a la caza de los náufragos de la Armada Invencible. MacClancy, conocedor de las represalias que le esperaban por ayudar al enemigo español decidió trasladarse con todo su pueblo y su ganado a las montañas del norte del lago Melvin invitando a los españoles a acompañarlo.
Eso de la famosa frase española de que “¿a que no hay huevos?”, parece que ya se estilaba por entonces, porque incomprensiblemente Cuéllar y los otro ochos españoles acuerdan quedarse en el castillo para defenderlo. Tienen siete mosquetes, seis arcabuces, unas pistolas, alguna espada…y una despensa para resistir seis meses.
Los ingleses ya están a tiro de piedra del castillo. De hecho, ahorcan a dos náufragos apresados por ellos para intentar minar su moral. No pueden permitirse un ataque frontal en un entorno embarrado y apenas pueden irles lanzando algunas flechas y exclamando algunos insultos. Un empeoramiento del tiempo hace que, después de diecisiete días de asedio los ingleses abandonen su propósito.
Las noticias de la humillación inglesa se extendieron por toda Irlanda, MacClancy recuperó su castillo y llegó a ofrecerle a una de sus hermanas por esposa. Cuéllar, ya deseoso de volver a España declinó su matrimonio y una vida futura en tierras irlandesas y abandonó junto a cuatro de los españoles al clan McClancy, mientras que otros sus otros compañeros decidieron quedarse como guardas del señor irlandés y rehacer sus vidas en aquella comunidad.
Era ya enero de 1589 cuando el capitán Francisco de Cuéllar y sus compañeros emprendieron camino a la región del Ulster, desde donde poder embarcar hacia Escocia, como primer paso de su ansiada vuelta a España.
Castillo de Rossclogher
El 24 de enero de 1589 Cuéllar y sus compañeros deambulan por los alrededores de la Calzada del Gigante, un impresionante paisaje volcánico en las orillas del Ulster.
Allí conocieron la desgracia de la Girona, navío de la Gran Armada que había naufragado 3 meses antes y que, con una tripulación de 1.300 hombres (había recogido a los náufragos de otros dos barcos de la Armada Invencible) había dejado sólo 5 supervivientes. Los lugareños le enseñaron las joyas saqueadas de aquél infausto botín.
La calzada del Gigante es un auténtico museo natural esculpido por columnas de basalto. De visita obligada junto al Ulster Museum de Belfast, donde hay una magnífica colección de objetos recuperados del Girona.
La Calzada del Gigante
El castillo de Dunluce.
Sus compañeros que habían decidido separarse de él para buscar un puerto (recuerda que nuestro capitán va casi totalmente cojo desde hace ya cuatro meses) y Cuéllar estuvo casi con toda seguridad deambulando por las cercanías del castillo de Dunluce, hoy unas evocadoras ruinas que el mar se encargó de labrar debido a estar colgado prácticamente de un acantilado.
Dunluce Castle
Castleroe
Recibió cobijo en la comunidad del señor Ockan O’Cahan, en el pueblo de Castleroe, en las que unas mujeres se ocuparon de cuidarlo durante al menos un mes y medio. Nuestro cojo conquistador nos habla de la hermosura de sus mozas y de la mucha amistad que con ellas mantuvo.
Pero una vez más, los ingleses no cejan de su empeño de “cazar” españoles, las noticias vuelan y el territorio está lleno de ingleses. In extremis, Francisco de Cuéllar tendrá que abandonar los cuidados femeninos por nuevas jornadas de huida entre montañas. Su salud recuperada después de tantos mimos le permite hacer ahora jornadas de 30 kilómetros en un día.
Castleroe
Conocedor de que un obispo católico, Redmond O’Gallagher, estaba protegiendo a algunos compañeros de la Felicísima Armada, en la zona costera de la desembocadura del rio Foyle se dirigió hacia allí en busca de protección.
Otros doce españoles estaban allí, tratados con simpatía y generosidad y con servicio de misa diario. Allí esperó durante seis días los preparativos de un barco que los debería de llevar a Escocia en una travesía de dos días.
Al fin un barco para comenzar el retorno. Embarcando en Magilligam en una tradicional barcaza irlandesa (un curragh), hecha con un bastidor de madera recubierta de cuero pero que al menos flotaba, el capitán Francisco de Cuéllar junto a diecisiete compañeros parten hacia Escocia. Era un día de principios de abril de 1589.
Magillian Point
Y hasta aquí la aventura de Cuéllar en Irlanda, y digo en Irlanda porque la pequeña barcaza irlandesa fue desviada por una tormenta hacia las islas Shetland, donde tuvieron que reparar durante dos días ese cascarón para luego llegar hasta Escocia.
Escocia no les brindó la ayuda que ellos esperaban, los escoceses se mostraron indiferentes con ellos y no estaban dispuestos a darles ninguna ayuda. Tan sólo algunas familias nobles católicas se prestaron a ello.
Una vez que consiguieron contactar por correo con el Duque de Parma, un mercader escocés que residía en Flandes fue contratado para llevarlos a Flandes. Era septiembre de 1589, justo un año después del naufragio de su barco en la playa de Streedagh, cuando el capitán Francisco de Cuéllar embarca con destino a Flandes.
El 22 de septiembre de 1589 los cuatro bajeles contratados por Parma para su regreso a Flandes fueron atacados por barcos enemigos holandeses. Dos de ellos fueron hundidos y en el que viajaba Cuéllar naufragó en los bancos de arena de la costa. Una vez más, Cuéllar salva su vida agarrándose a un madero para llegar a la costa. Ha naufragado dos veces en un año.
A partir de ahí su vida como militar, a las órdenes de Alejandro Farnesio, lo llevará entre 1589 y 1598 a París, Calais, el sitio de Hults…Entre 1599 y 1600 pasará a estar bajo el mando del duque de Saboya y en 1600 pasará a Nápoles bajo el mando del virrey de Nápoles el Conde de Lemos.
En 1601 fue nombrado capitán de infantería en un galeón con destino a las Antillas y en 1602 hacia América en la flota de don Luis Fernández de Córdova.
Entre 1603 y 1606 residió en Madrid y es posible que volviese al nuevo continente en 1607, aunque le perdimos la pista y desconocemos si tuvo hijos y dónde y cuando murió…
Conocemos mucho de el capitán Francisco de Cuéllar gracias a conservar su carta a Felipe II, lo increíble es pensar que muchos de sus compañeros náufragos de la Armada Invencible en Irlanda vivieron odiseas similares, con finales dispares y de los que, desafortunadamente no tenemos ni tendremos noticias.
En 2020, la Spanish Armada Ireland ha realizado un pequeño documental narrando parte de la fantástica historia vivida por Francisco de Cuéllar y protagonizado por el actor español Fernando Corral. Puedes descargarlo, tanto en castellano como en inglés, en la página de la Spanish Armada Ireland.
Y eso es todo amigos, una historia increíble que me ha dejado sin habla, que desconocía y que no me imaginaba lo que tuvieron que pasar esos valientes.
Mi agradecimiento a :
EL PORTAL DEL ESTUDIO Y LA DIVULGACIÓN DE LA ARMADA DE 1588