La muerte del gran rey Alfonso VI de León

Rey de León, Castilla, Galicia Asturias y Nájera, conquistador de Toledo e imperator totius Hispaniae.

Alfonso VI había nacido infante leonés con sangre navarra y castellana; su padre Fernando I, rey del gran reino de León,

Fernando I

que comprendía también Castilla y Galicia, era hijo de Sancho el Mayor, rey de Pamplona, y de la condesa castellana Muniadonna

Alfonso VI logró el sueño de sus antepasados con la conquista de la imperial Toledo. Las peripecias de la custodia de los restos de Alfonso y sus mujeres, bien podrían parecer una novela de misterio, especialmente a partir, en un primer momento, del incendio del desaparecido templo románico del monasterio, hecho ocurrido en 1810.

Tumba de Alfonso VI en el Convento de la Santa Cruz en la Villa de Sahagún

El día 1 de julio de 1109 fallecía en Toledo el hijo más aventajado de los reyes de León, Sancha y Fernando, aquel que había, (tras no pocos problemas de luchas entre hermanos), conseguido reunir los reinos que, contra toda lógica, había dividido su padre Fernando I el Magno en su testamento. Un rey que, calificado de “leonés”, figura en la lista de los grandes reyes de la Edad Media peninsular.

Cierto es que había sido capaz de extender sus reinos hasta la línea del Tajo y lograr el sueño de sus antepasados con la conquista de la imperial Toledo, sin embargo, sus últimos años habían supuesto una suma de derrotas y desgracias personales que llegarían a ser, en gran medida, la causa de su muerte.

Nos remontamos, aunque sea brevemente, al momento en que, asustados por el discurrir de los acontecimientos, los diferentes reinos de Taifas piden ayuda a los almorávides africanos (caro lo pagaron más tarde los Al-Mutamid, Al-Mutawakkil o Abd-Allah, pues perdieron, no solo su corona sino, incluso, algunos la vida) que entran en la Península y acaban con la racha de victorias del gran rey Alfonso VI. Así contaríamos por derrotas casi todos los enfrentamientos con estos guerreros africanos, desde Sagrajas (Zalaca), pasando por la batalla de Consuegra, en la que perdió la vida el hijo del Cid, Diego, hasta Uclés, el más triste de los descalabros cristianos, por las circunstancias, tanto personales como políticas que del mismo van a derivarse, pues en dicho enfrentamiento pierde la vida el único hijo varón de Alfonso, el jovencísimo Sancho.

 Batalla de Sagrajas

Esta terrible circunstancia, como acabamos de señalar, se produce en Uclés (actual provincia de Cuenca), el 29 de mayo de 1108, entre las tropas cristianas de Alfonso VI (con algún apoyo de los restantes reinos cristianos peninsulares) y los almorávides comandados por Tamim ibn Yúsuf, gobernador de Granada, apoyado por casi todos los reinos de Taifas que su hermano controlaba.

Allí, a causa de la herida del rey, que le había sido infringida en una batalla previa (probablemente Sagrajas o Salatrices) y por razón también de su boda con Beatriz de Aquitania o de Borgoña (no hay nada claro a este respecto), se había enviado a un joven de apenas 14 años, eso sí, protegido por su ayo el conde de Nájera, García Ordoñez, apodado el Boquituerto. A este conde le fue encargado, con especial interés, por el propio rey, la custodia del joven Sancho.

Lo cierto es que, cuando Alfonso se entera del desenlace de la contienda, no puede sino exclamar “…ay meu fillo, meu fillo, alegría de meu corazón e lume dos meus ollos, solaz de miña vellez…

Batalla de Uclés. 

La depresión en la que cae, tras la noticia, va a marcar sus actuaciones posteriores; falto de heredero varón, deberá nombrar sucesora a su hija mayor, Urraca, fruto de su matrimonio con Constanza de Borgoña, en aquel momento, viuda de Raimundo de Borgoña, madre de un niño de 4 años y condesa en Galicia.

De sobra sabemos la situación de la mujer en la época, incluso de las de la familia real, y, aconsejado por sus asesores más cercanos, decide casarla, eso sí, con la clara oposición del arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sauvetat, de Sedirac o de Cluny, que teme la pérdida de influencia de su orden y de su propia persona, en los territorios del Reino de León. Júzguese de la importancia y autoridad de este, antaño, abad del monasterio de San Facundo y San Primitivo, en Sahagún, puesto que había conseguido nombrar obispos de origen francés en las sedes de Valencia, Toledo, Segovia, Osma y Braga.

El candidato mejor colocado, bien a pesar de conocer la rareza de que aún esté soltero a los 35 años, será, finalmente, Alfonso I el Batallador de Aragón y Navarra, decisión que cambiaría el devenir, no solo de la futura reina Urraca I, sino hasta de la misma configuración política de la Península, hasta entonces, unida, desde la ya lejana conquista y fijación de fronteras por parte de Roma.

Este Alfonso será elegido incluso contra los deseos de la propia Urraca, cuya relación con el conde Gómez González era sobradamente conocida. Aquí, una vez más, las razones de estado se impusieron a las razones del corazón. Lo más irónico, sin embargo, ocurriría un par de años más tarde cuando este mismo conde tuvo que hacer frente al aragonés, en sus enfrentamientos casi constantes con su esposa Urraca. Así Gómez González pasaría a la historia como el Conde de Candespina, por haber muerto en esa batalla que le enfrentaba al Batallador.

Muerte del Infante Sancho Alfónsez. Heredero del Reino de León.

Entre esa desgraciada batalla de Uclés y el fallecimiento del rey Alfonso, transcurrieron apenas 14 meses en los que no se registra hecho alguno de armas, salvo la defensa de Toledo, atacada una vez más por los almorávides que no cejaban en su intento de apoderarse, de nuevo, de esa ciudad, de tanto significado histórico para los unos y para los otros.

Se cuenta, entonces, que el rey que llegó a denominarse, entre otros títulos Adefonsus totius imperius Hispaniae et Toleto regni, se hizo conducir en litera para organizar la defensa de la ciudad imperial. Ese mismo día fallecía en Toledo a una edad no muy común para la época, 72 años, y después de haber ocupado el trono del reino más importante de la Península durante 43 años, cinco meses y 28 días.

Firma del Rey Alfonso VI de León. 

Según se refiere en algunas crónicas de los siglos posteriores, la muerte de Alfonso habría sido anunciada en la propia Basílica del Santo Isidoro, donde las piedras del presbiterio habrían manado agua durante 3 días, algo que habría ocurrido también (y así lo recoge don Lucas de Tuy) a la muerte de su padre Fernando I el Magno. En este caso, y de acuerdo con la interpretación de Berengario, el arcediano de la Real Colegiata, no solo anunciaba la muerte del rey que sería conocido por la historia como el Bravo, sino también el hecho suponía la premonición de los desastres que, con la desaparición de este campeón de la fe, se abatirían sobre el reino.

Alfonso VI eligió ser enterrado en la Villa de Sahagún. Fue inhumado en el desaparecido Monasterio de San Benito de Sahagún. 

La voluntad de Alfonso había sido la de ser enterrado, junto con sus esposas e hijo en la villa que siempre había distinguido con su mayor aprecio, Sahagún. Así se hacía saber en su testamento redactado en 1080, lo que implica una decisión realmente madura: Escogí, para mi sepultura a San Facundo, por demostrarle, aún en la muerte, el mucho amor que le tuve en vida.

Alfonso VI ha sido uno de los más grandes Reyes leoneses por sus virtudes, por sus gloriosas hazañas y por sus importantes conquistas.

Alfonso tuvo una visión política de amplios horizontes al buscar relaciones con Europa como lo demuestra que estuviera casado con dos mujeres europeas Sin embargo, a pesar de todos sus méritos honrosamente ganados, Alfonso VI ha sido vilmente tratado por los cantares de gesta y las leyendas castellanas, dedicadas por los juglares a Sancho II el Fuerte y al Cid campeador.

Un saludo amigos,


Patxi Amescua

Productor de TV

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